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En esta búsqueda de vuelta a la Cruz, me he enfrentado a muchos desafíos. Conforme me adentro más en mi relación con Jesús, la dificultad para dar algunos pasos se hace más grande.
Uno pensaría que debe ser más fácil porque tenemos las «ganas» de buscarlo y estar cerca de Él. Sin embargo, lo que a veces no alcanzamos a ver es que las capas de hielo que se formaron alrededor de nuestro corazón no sólo lo enfríaron, sino que lo dejaron débil y moribundo.
De pronto llega la Luz, llega Jesús con ese calor que abraza, que enciende y comienza a derretir ese hielo. Pero no es tan fácil, el corazón se debe poner en forma antes de comenzar a dar más pasos, de otro modo el dolor sería insoportable y no podríamos hacer un esfuerzo mayor o nuestro corazón explotaría.
Y justo en ese momento, donde el corazón empieza a descubrirse, donde el calor de Jesús comienza a sentirse en el corazón, se abalanza la necesidad de correr lejos del mundo…pero, cómo podríamos correr si el corazón no está en condiciones.
Entonces nos quedamos inmóviles, dejamos que el pecado vuelva a atraparnos, volvemos a entrar en este estado de congelación, donde de nuevo, el calor no se siente más.
Y es evidente este brinco entre las sonrisas que desatan sentir a Jesús y la tristeza que provoca el pecado, sabiendo que hemos defraudado a Dios.
Esto puede parar en ese momento, humillándonos ante la Cruz y reconociendo que no hay nadie más que pueda cambiar nuestro corazón y regresarle su vigor más que Jesús, o bien, podemos seguir esta avalancha de pecado, volviendo a la vida antigua, al viejo hombre, al que podría vivir en los casquetes polares, atado a su pecado.
Me parece que la respuesta es clara, no podemos dejar que la ventisca apague el fuego que Jesús depositó en nosotros. Debemos luchar, debemos, si acaso fuera necesario, refugiarnos bajo las alas del Omnipotente hasta que la tormenta pase de largo.
Entonces, el sol se abrirá y dejará pasar los rayos que calienten nuestro corazón. Entonces tendremos que orar, ayunar, leer su Palabra, asistir a su Casa y concentranos en esa trascendencia que sólo alcanzaremos reconociendo a Jesús en nuestros corazones.
Cuando menos nos demos cuenta, estaremos vigorosos, fuertes, en condiciones óptimas para seguir la carrera con la vista puesta en Jesús, el Autor y Consumador de la Fe.
Para volver a la Cruz debemos reconocer que no estamos listos pero que debemos dejar que Jesús tome nuestra vida y la llene de ese fuego que prometió a todo aquel que le buscara con su corazón.
No dejemos que el frío se apodere de nosotros, reconozcamos a Jesús, aceptemos su cuidado y entrenemos para alcanzar la Victoria en Cristo.
Leer más ¿Qué hacer cuando el frío ocupa nuestro corazón?