LA ESPERANZA DE UN MAL AMIGO

Ayer cenamos juntos, y como siempre, todos te escuchábamos muy atentos. Pero entre risas y anécdotas de todo lo que habíamos visto, el ambiente cambió.

Tomaste el pan y lo partiste, tomaste la copa y nos diste a beber. Y mientras tratábamos de entender lo que acababas de decir, confesaste tu destino una vez. Pero en esta ocasión no me levanté furioso contigo, no dije que te acompañaría hasta la muerte, más bien vigilaba al que mojó contigo el pan.

Más tarde nos fuimos al monte a orar, bueno, tú fuiste a orar porque yo no pude mantenerme despierto y no sabes cuánto me arrepiento porque era la última vez que estaríamos así; pero mucho más, porque fui un mal amigo, menospreciando tu angustia y el dolor de enfrentar el destino que habías abrazado en obediencia desde hace muchísimo tiempo.

De pronto llegaron sigilosos unos hombres, encabezados por ese traidor que simplemente te besó y te entregó. Y aunque sé que conoces mi corazón, quiero explicarte porqué levanté mi espada contra ese rufián de Falco… la verdad es que me sentía impotente, quería que levantaras la voz y calmaras la tormenta como ese día en el mar de Galilea, ¿pero qué hiciste? Lo sanaste sin decir una sola palabra.

Desde lejos te seguí para ver a dónde te llevaban, pero cuando entraste con el Sanedrín, un profundo temor se apoderó de mí, olvidándome de ti. Entre las sombras, varias personas me reconocieron y comenzaron a culparme también. En mi cobardía, comencé a decir malas palabras para que vieran que no teníamos nada que ver, pero vaya tonto, pensar que durante estos tres años no me habías hecho otro hombre… tras la última palabra, el gallo cantó por tercera vez.

La verdad es que no pude dormir, más por miedo a que me encontraran, que por saber qué clase de mentiras habrían usado para condenarte. A media mañana, con nada en el estómago, me escabullí al Palacio de Pilato sólo para darme cuenta que la gente prefería salvar a un delincuente que a quien había sanado enfermos y levantado muertos. De pronto vino a mi mente ese recuerdo, cuando preguntaste que quién creíamos que eras tú; ese día respondí, inspirado por el Espíritu, “eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, hoy, aunque no sale ni una palabra de mi boca, mis acciones gritan “crucifíquenlo”.

En ese momento salí corriendo, de nuevo mi bienestar personal estuvo por encima de mi amistad contigo. Desde la ventana escuchaba los gritos, los insultos, el escarnio, pero mi egoísmo me cegó y no pude hacer nada más que esperar a que todo terminara.

El silencio llegó por la tarde, los lamentos de unos cuantos se escuchaban apenas, mientras otros reían complacidos por haberte matado, de alguna forma sentían que estaban haciendo justicia. Uno de ellos le dijo a otro ¿quién se cree ese hombre para pedirle a Dios que nos perdone porque no sabemos lo que hacemos?; el otro le respondió: “Estoy de acuerdo, pero no creo que era necesario provocarle tanto dolor, ya con colgarlo era suficiente ¿no crees?

Mientras escuchaba la horrible descripción de lo que te hicieron, miré mis manos y sólo vi cicatrices viejas de mi vida antes de Ti, toqué mi frente y no había espinas, palpé mi costado y no sentí ningún dolor. ¡Oh querido amigo, esas cosas eran para mí, yo merecía eso, no Tú!

Y sin embargo, recordé lo que escuché mientras intentaba mantenerme despierto orando a tu lado en Getsemaní. Así que tomé tu oración hacia el Padre y la transformé en una oración propia, una que me diera esperanza, sabiendo que tú viviste la vida perfecta que yo debía vivir y moriste la muerte perfecta que yo merecía morir:

Oh Jesús, muéstrame la Gloria del Padre,
aquella Gloria que tuvo contigo, bendito Salvador,
antes de que el mundo fuese.

Guárdame en el Nombre del Gran Yo Soy,
con la seguridad del Inmutable,
en la pureza, justicia y amor del Todopoderoso.

Ruega por mí desde tu Trono,
que tu gozo sea cumplido en mí,
que el mundo conozca así que el Verbo fue encarnado.

Intercede al Padre para que no nos quite del mundo
sino que nos guarde del mal, para poder ser luz y sal

para que el amor con que te amó esté en nosotros.

Santifícanos en Tu Verdad, Tú eres la Verdad
y manifiesta la Comunión Divina
para que seamos uno, como Tú y el Padre son Uno,
para que el mundo vea que Tu obra está completa.

Cuánto anhelo tu regreso Jesús,
no porque en el cielo no habrá más tristeza ni dolor
no porque extraño a los que se fueron contigo
sino porque sobre todas las cosas,
la Vida Eterna es conocer al Padre
y a Ti, mi Gran Amigo.


Un comentario sobre “LA ESPERANZA DE UN MAL AMIGO

Deja un comentario