EL REGALO QUE NADIE QUIERE, PERO QUE TODOS NECESITAMOS

Cada navidad, en mi familia tenemos un juego para ganarnos regalos. Pero el truco es que debes envolverlos de tal forma que nadie más sepa lo que es. A veces el regalo viene en una caja muy grande y con un papel bonito, pero resulta ser un calcetín sin par; otras veces, el regalo está envuelto en periódico y con mucha cinta, pero al abrirlo, te das cuenta que es algo más valioso.

Cuando se trata de la corrección de Dios, es posible que se vea como el segundo, poco agradable a los ojos, pero esconde un gran tesoro.

Dios no tiene consentidos

Hoy el mundo presenta la idea de que todo debe ser agradable, que nos merecemos sólo cosas buenas, que nadie debería pasarla mal. Esto ha llevado a algunos a creer que Dios les debe algo por su buen comportamiento o es más, “por su esfuerzo”.

Sin embargo, Dios no compromete su justicia por nadie, pregúntale a Moisés. Él fue un hombre elegido por Dios, que guió al pueblo de Israel fuera de la esclavitud, que los llevó durante 40 años por el desierto, que recibió la ley de Dios y soportó las quejas interminables del pueblo. Y un mal día, cuando Dios le dijo que tocara la roca una vez para hacer brotar agua, desobedeció y la golpeó dos veces. Ese hecho aparentemente inocente provocó que Dios no lo dejara entrar a la Tierra Prometida ¿No fue demasiado duro?

Una ofensa contra Dios siempre es mortal
El problema no está en lo que hacemos, sino a quién se lo hacemos. 

Consideremos el ejemplo burdo de un choque automovilístico. Resulta que vas conduciendo y te distraes por un segundo, de repente sientes un golpe en el costado. Te orillas para hablarle a la aseguradora mientras te disculpas. Minutos después llega tu agente, se ponen de acuerdo y listo, te dice que tu seguro no cubre todo y debes de pagar. Ves el golpe y no parece ser muy grave, entonces le preguntas al agente la razón de la diferencia y responde: “es por el valor que tiene el otro vehículo, si hubiera sido uno igual que el tuyo, seguramente estaría cubierto”.

Bajo la misma lógica, no se trata de si el pecado te parece pequeño o grande, no se trata de comparar una mentira “blanca” contra una mentira deliberada. El peso de la ofensa está en el valor del ofendido, en este caso, el Dios eterno e infinito, así que la deuda es infinita y no, tu vida no alcanza para pagar.

Come del fruto apacible de justicia

Cualquiera que diga que disfruta la corrección, o es masoquista o está mintiendo. Por naturaleza le tenemos aversión, huimos, mentimos, nos escondemos… y así ha sido desde el principio, desde que Adán pecó.

Pero por gracia, vino el segundo y último Adán, Jesucristo, quién voluntariamente y con gozo, sufrió la corrección que merecíamos             dándonos ejemplo para recibir disciplina como hijos de un Dios que nos ama (Heb. 12:1-13).

No juzgues el regalo por su envoltura, no menosprecies la corrección por cómo se siente. El Señor te ama tanto, que no pasará por alto tu pecado, sino que con cada “golpe” te hará más a la imagen de Su Hijo Jesucristo.

Deja un comentario