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En este camino de vuelta a la Cruz, me he dado cuenta cómo cambia nuestra perspectiva dependiendo de qué lado del camino estemos. Cuando estamos lejos, tratamos de evitar a todos aquellos que nos hablan de Jesús o que nos invitan a volver al camino de la Santidad. Cuando estamos en el camino de la Cruz, nuestro ánimo es para invitar a todo aquel que necesita a Cristo, ya sea alguien que fue nuestro amigo y se perdió o simplemente alguien que sabemos, necesita ayuda de lo Alto.
Y justo estoy en ese momento de transición, sin embargo, ahora estoy ávido de escuchar la voz de Dios en mi vida y seguir su dirección (aunque todavía me cueste mucho hacerlo). Mejor aún, mi corazón se descongeló en un instante y estoy ansioso por compartir lo que Dios está haciendo en mi corazón.
Algo que me entristece (y que seguramente entristeción a otros conmigo antes), es ver cómo muchos de mis compañeros de batalla, de esos amigos que no encontramos fácilmente, de esos fieles discipulos de Cristo se han esparcido, como dice su palabra: «como ovejas descarriadas…cada cual se apartó por su camino».
Me duele porque sé que nunca debimos apartarnos, porque ahora el peso del pecado nos asedia cada instante, nos hace creer que no somos suficientemente buenos para retomar el camino (y están en lo cierto). Porque no es que seamos buenos, es que a través de la Salvación y la aceptación del sacrificio de Jesús, somos limpios para su honra y su gloria.
A partir de ese momento, no es que seamos dignos, sino que hemos alcanzado la Misericordia de Dios.
Así que la súplica es esta: «Jesús, ayúdame a seguir tu camino, ayúdame a vencer todos los obstáculos de mi vida. Y por favor, Amigo de mi corazón, vuelve a llorar sobre ese Monte donde subiste a orar, donde derramaste tus lágrimas por nosotros ante el Padre. Tráenos de todos los rincones de la Tierra, sin importar qué hayamos hecho, que pensemos o aún si hemos dudado de ti.»
Para volver a la Cruz, debemos hacer nuestro el sacrificio maravilloso de Jesús en el Calvario. Que así sea.
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