CONVERSACIONES CON EL VIEJO HOMBRE II

Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado con sus pecados en el mismo instante en que Jesús vino a habitar en nosotros, pero ese viejo hombre, de vez en vez, viene e intenta convencernos de lo contrario. Está bien conversar con él, pero recuerda, la única verdad está en el Evangelio.

Dejo los espacios en blanco para que deduzcas los argumentos que usa para provocarme a mí, ahora imagina ¿qué te diría a ti?

SOBRE EL TEMOR

¿Qué pasa? ¿Sí sabes qué hora es? ¿No podías esperar hasta mañana? Necesito dormir, son las 3 de la mañana y tengo muchas cosas qué resolver, cuentas por pagar, citas médicas que agendar, hay que llevar el auto al mecánico y hacer varios trámites en línea.

¿Crees que no lo sé? Hay muchas cosas que pueden salir mal… la salud de Naíma, las complicaciones en el trabajo, los malentendidos en la familia con las fiestas de Navidad acercándose. No quiero preocuparme de más pero aquí estás tú, otra vez, recordándome todo eso que aflige mi alma.

¿Por qué piensas que eso me ayuda de alguna forma? Sé que te gusta repetir la misma canción de siempre: “lo hago por tu bien” y porque, según tú, es bueno estar preparado. Pero la pregunta que siempre dejas sin responder es ¿Cómo se supone que preocuparme por el futuro va a cambiar alguna cosa?

Ya sé, no tienes una respuesta, pero yo sí. En Mateo 6, Jesús, conociendo el corazón de la gente que lo seguía, dijo: “Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas? ¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?”

No, en realidad este texto habla de ti, de esa fe que quieres afianzar en un seguro de vida, una cuenta de banco o un refrigerador lleno de comida. Nada de eso está diseñado para darte tranquilidad o eliminar el temor, así que es una mala inversión pasar el tiempo, incluso ahora, que debería dormir, pensando en esto.

¿Qué hay de la salud?, preguntas. Bueno, es algo importante, pero cuando solía ser tú siempre pensaba, como muchos otros, que “el mejor regalo es la salud”, y la verdad es que tras conocer a Jesús, el que me hizo un nuevo hombre, comprendí que incluso la enfermedad es un regalo de gracia porque me mantiene pegado al Único que puede darme seguridad, no en este mundo, sino seguridad por toda la eternidad. La salud o la enfermedad, deberían en primera instancia traerme hacia Dios, sabiendo que Él tiene un plan más increíble de lo que yo pudiera imaginar.

Tu tiempo se está acabando, pero quiero responderte para que no vuelvas a despertarme con estos mismos temas (aunque sé que lo harás). ¿El trabajo? También es importante, claro que quiero cuidar a mi familia y darles una buena vida. Y no, no tiene nada de malo; el problema está en poner mi trabajo como la seguridad de la vida, el riesgo es atraer la atención hacia mí, hacia mis capacidades, hacia mis ingresos o mi influencia. La gloria siempre, siempre, debe ser para Dios, pero no lo entenderías viejo hombre, porque vives para ti mismo. Jesús mismo dijo, en el sermón del monte: “No os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”.

Esta es la última pregunta que respondo y más vale que te grabes muy bien la respuesta ¿Qué si me da miedo saber que las personas que amo mueran sin reconocer a Cristo como su Salvador? Dios sabe que es lo que más me atemoriza, lo que perfora mi corazón, lo que derrama mis lágrimas. No preocuparme, ni ocuparme de eso, sería romper los mandamientos más importantes: Amar a Dios con todo mi corazón, alma y fuerzas; y amar a mi prójimo como a mí mismo. La verdad es que el temor viene cuando creo que depende de mí, de mis argumentos, de encontrar el mejor momento, de repetir un discurso bien articulado, pero ¿sabes? En 1ª de Juan 4, tengo una firme ancla de verdad al respecto: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano”.

Bueno, veo que no tienes más que decir… por ahora. Así que déjame terminar con una frase de San Agustín que siempre me da aliento y ánimo: «Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que encuentre su descanso en Ti». Así que, por favor duérmete, yo ahora puedo descansar sin temor, porque mi seguridad está en mi Salvador Jesús. Repite conmigo: “En paz me acostaré y así mismo dormiré porque sólo Tú, Señor, me haces vivir confiado. Amén”.

Deja un comentario